Este pasado 9 de junio cuatro valientes jinetes, habrían cabalgado de nuevo con sus monturas rumbo al corazón de Italia, que bonitas son las historias cuando se cuentan desde la visión que tenemos en nuestro corazón.
Así sería el comienzo de la historia que le habría querido contar, pero el viaje no se hizo, la aventura jamas la realicé. Porque es parte de todo lo malo que nos ha traído esta pandemia, que ha roto los sueños de innumerables personas. Gracias a Dios, nosotros podremos posponer nuestro viaje, pero muchos en este tiempo comenzaron un viaje sin retorno que les llevará donde crean, pero que nunca les devolverá, me refiero a los muertos.
En este post, no colgaré ninguna foto, porque no puedo enseñar lo que no ocurrió, sería un fraude, pero si expresaré en palabras lo que pudo haber ocurrido, para lo que nos habíamos preparado, lo que queríamos haber vivido.
Los viajes son algo que siempre hemos relacionado con el ocio, los hacemos en momentos puntuales, en vacaciones, cuando la economía y el tiempo nos lo permite. Es algo que puedes planear pero sólo para disfrutarlo un momento concreto, no forma parte de un proyecto de futuro. Y es ahí donde está el error, todo lo que hacemos en nuestra vida es porque forma parte de un proyecto, miramos siempre al futuro, somos proyección: desde elegir el trabajo, la carrera, formar una familia…
La victoria de los viajeros (y lo que mas envidiamos de ellos) es vivir lo inmediato, conseguir que parte de ese proyecto futuro sea la propia experiencia de viajar, como bien dice mi buen amigo Cesar Sar (El Turista), “compartir es vivir”.
Ahí están, los valientes, los vemos recorriendo el mundo al otro lado de la pantalla de nuestro ordenador, tablet o movil, con sus hijos, con familia, o con su mascota… en coche, moto, velero o caravana… Como sea mientras hagan lo que quieren.
Envidiamos y seguimos sus pasos mientras enterramos ese “y si… Ojala yo… o, en un futuro no muy lejano…” que prende la chispa de nuestra imaginación. No, no… Eso no es para nosotros. ¿O sí? Adiós al jefe (o a la jefa), a la prisa, a la rutina, a la seguridad y la calma. Adiós a la postura de persona decente, previsible y respetable. ¿Seríamos más felices entonces? ¿Qué nos impide calzarnos las botas de aventureros?
Yo creo que lo que nos atrae de los viajeros, de esa gente que deja un mundo atrás, es que lo que verdaderamente les importa es vivir su momento y experiencias nuevas, sobre todo les tenemos envidia porque no tienen esas preocupaciones que la mayoría de gente tiene en su día a día.
Si hubiera tenido que definir un paisaje que ya conocí en alguno de mis periplos por Italia (he estado unas 10 veces). Habría comenzado así: El amanecer en la Toscana es distinto a cualquier otro. Una niebla de extraordinaria densidad roba el protagonismo al Sol y hace prácticamente opacos los primeros rayos de luz del día.
Una maraña blanquecina se vuelve arboleda en el campo y muralla en la ciudad, se cuela por las puertas y ventanas e inhibe cualquier sonido.
Humedece y limpia el aire, y una vez conseguido se marcha muy lentamente, como mismo vino, sin estruendos, convirtiéndose en brillo matutino, en una nubecilla insignificante, en una mota de polvo que se dispersa sin más.
Será entonces cuando brote el color de los viñedos y olivares, el típico motor de una vespa que se oye a lo lejos mientras se acerca, despierta y del horizonte emerjan pueblos majestuosos que aún mantienen la esencia que les ha permitido sobrevivir a los etruscos, los romanos, los bárbaros, a la Edad Media, al hombre renacentista y a todo lo que llegó después, incluso a esta pandemia.
La idea ya tenía forma y fecha (Ida el 9 de junio y vuelta el 17 de junio). Milan sería la lanzadera, donde hubiéramos cogido nuestras monturas unas BMW 1250GS, la mejor compañera para este tipo de aventuras. De allí a Genova, Pisa, San Gimignano, Volterra, Siena, Montalcino, Pienza, Montepulciano, Florencia, Bolonia, Modena, y Milan. Parándonos en decenas de pueblos cuyos nombres en la mayoría de los casos jamas hemos oído.
Todo estaba en función de cómo estuvieran funcionando las cosas. Conviene a veces dejar que el viaje pueda latir solo para ver dónde te lleva…
Pero otra vez será, esta no ha podido ser.